Oratorio de Olivares

Tras la Guerra del 70, el Oratorio de San Carlos de Olivares quedó abandonado. Sufrió saqueos y su estructura fue socavada por buscadores de tesoros. En ruinas soportó el paso del tiempo y, en los años 80, experimentó una etapa de reconstrucción. Hoy, los dueños de las tierras que ocupa encaran nuevas obras con el objetivo de devolverle su esplendor perdido.

 
ABC Digital
A quinientos metros de la costa del río Paraguay, cerca de la desembocadura del río Manduvirá, Don Carlos Antonio López mandó construir un oratorio privado en su estancia de Olivares. La obra, que se cree fue diseñada y dirigida por el arquitecto italiano Alejandro Ravizza, se inició en los últimos años de su gobierno. El gobernante murió tres meses antes de la inauguración oficial, fechada el 14 de diciembre de 1862. La bendición del recinto sagrado se hizo en presencia de sus familiares, amigos, autoridades y pobladores de estancias cercanas.  Pocos días antes de la habilitación del Oratorio de San Carlos de Olivares, el director del periódico El Semanario, el español Ildefonso Bermejo, escribió un extenso artículo de cinco columnas que relataba los pormenores de la próxima inauguración. La nota periodística disgustó al nuevo presidente de la República, general Francisco Solano López, pues por tratarse de un acontecimiento privado de la familia, le parecieron excesivos los comentarios. Enterado del enojo, Ildefonso Bermejo envió al presidente López su carta de renuncia a la dirección de El Semanario, consignando que “no conseguía otra cosa que causar molestias y mortificaciones involuntarias que quería evitar a todo trance” y que por eso solicitaba su separación. De inmediato, la renuncia le fue aceptada. Con grandes festejos se bendijo la obra. Se hicieron allí muchas misas, responsos y misas cantadas en honor a San Carlos Borromeo y en beneficio del finado presidente Carlos Antonio López.  Juan M. Ortellado, presbítero del lugar, certifica en un documento fechado el 26 de junio de 1865 que: “Cumpliendo el mandato de la capellanía establecida en este Oratorio de Olivares, he celebrado ochenta y cuatro misas rezadas con igual número de responsos, treinta y cuatro de ellos cantados y los demás rezados...”.  Al mes siguiente, el 13 de julio de 1865, el padre Ortellado otorga recibo por “ciento veinte y nueve pesos por mitad en metálico y billetes, como estipendio de ochenta y cuatro misas rezadas...”, a nombre del coronel Venancio López.  Además de la estancia de Olivares, la familia López poseía en la región, no lejos unas de otras, las estancias Ypekua, Yacarey y Capiipobo. Cada estancia, según investigaciones de don Carlos Alberto Pusineri Scala, tenía su capataz. “Pero, de acuerdo a un documento guardado en el Archivo Nacional de Asunción, la hacienda era controlada desde la estancia de Olivares por el capataz Francisco Meza, quien rendía cuenta bien detallada, principalmente de los animales vendidos y carneados...”. Detallado también es el inventario que se hizo en mayo de 1863 con el listado de todo el material utilizado y el costo de la construcción del oratorio, y los ocho lances de casas que existían en la parte posterior del recinto sagrado. Igual documento permite saber la cantidad y calidad de los muebles, alhajas y ornamentos que pertenecieron al oratorio. Había dos arañas de plata y cristales, un hostiario de plata, una cruz parroquial de plata, un copón de plata con tapa, tres sillas de brazos forradas con damasco de seda colorada, doce escaños de madera, cuatro campanas y muchos objetos. Todo se perdió con el estallido de la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870). Tras los sucesos bélicos, el Oratorio de Olivares quedó abandonado. Un tiempo después, la propiedad fue adquirida por un inmigrante alemán, Alberto Pedro María Aostendorp. Al fallecer, en 1913, el establecimiento fue heredado por su hermano Enrique Luis María Aostendorp. Por entonces, la estancia era administraba por el señor Alberto van Humbeeck. El 26 de julio de 1919, las tierras fueron compradas por Francisco Guanes Machaín, quien a su vez transfirió la propiedad a su madre, Rafaela Machaín de Guanes, en 1924. El mismo año, la señora Rafaela cedió parte del campo que se conoce como López Cué a su hija Luisa Guanes Machaín de Zorraquín. En junio de 1933, la señora Rafaela otorgó el resto del establecimiento a sus otras dos hijas: Sara Guanes Machaín de Gatti y Berta Guanes Machaín de Alvarado. Las mismas tuvieron en condominio el campo hasta 1948, cuando decidieron dividirse en porciones. A la señora de Gatti le tocó la parte llamada Ypekua y a la señora de Alvarado la parte de Olivares.  Hoy, las 360 hectáreas de tierra que se conocen como Tupao Cué es propiedad de Arturo Alvarado Llanos, nieto de doña Berta. Con fondos propios, ahora el hombre, hijo de paraguayos exiliados en Argentina, encara la recuperación edilicia del antiguo oratorio que nada pudo conservar de sus valiosos ornamentos y mobiliarios. Durante largo tiempo, la construcción de buena planta quedó a merced de los depredadores que causaron graves daños a la estructura. Rompieron paredes, agujerearon pisos y socavaron los cimientos en busca de “plata yvyguy” o tesoros enterrados. La naturaleza contribuyó con el avance de malezas hasta que un día el frontis se desplomó por completo. Apenas las paredes y el elegante campanario resistieron al rapiñaje, que le despojó de puertas, ventanas, rejas de hierro y cuanto material pudiera ser arrancado.  En 1987, el contraalmirante Ramón E. Martino se ocupó de obtener datos históricos a fin de reconstruir el oratorio en ruinas. Encomendó a don Carlos Alberto Pusineri Scala buscar documentos en el Archivo Nacional de Asunción para justificar las intervenciones. Se colocaron el techo, los pisos y una veleta en lo alto del campanario. Se reconstruyeron los pilares del frontis y los revoques, aunque no se completaron las obras. De vuelta, el Oratorio de San Carlos de Olivares quedó en abandono.  Desde el año pasado, el dueño de las tierras, Arturo Alvarado Llanos, inició otra etapa de reconstrucción. “Después de la Guerra del 70, la capilla esta se convirtió en ruinas. Y quedó abandonada por mucho tiempo, hasta que en 1987 se trató de hacer una restauración de parte de la Administración de Puertos; estaba al frente el entonces contraalmirante Martino. Se hizo la parte del frontis, que estaba totalmente caído, con las columnas por el suelo; no tenía techos. Pusieron techo y pisos; lastimosamente no fue una restauración muy buena, tocando los parámetros antiguos de la construcción. Usaron tejas prensadas y en el piso se puso una layota que enseguida se destruyó. No se repusieron las aberturas, puertas y ventanas. Teniendo yo una muestra de los materiales originales, del piso y de las tejas, mandé fabricar esos materiales iguales a los de antes. Y con esos materiales es que estamos encarando la restauración. En estos momentos, el techo de la nave central ya está listo, terminado, y seguimos con los contrapisos. En fin, vamos a ver hasta dónde llegamos”, expresa Alvarado Llanos, en el tono aporteñado que lo caracteriza. ¿Cuál es la finalidad de la recuperación del oratorio?  “Y el objetivo es la puesta en valor del edificio histórico; no sé si se podrá ponerlo en funcionamiento”. ¿Hay algún interés de convertir al lugar en atracción turística? “Y bueno, mirá, eventualmente en la iglesia, una vez terminada, se podría dar misa, siempre que venga algún cura. Acá enfrente, tenemos una isla donde hay más o menos unas veinte familias que viven ahí y que eventualmente podrían venir a la misa si es que se organiza”. El que tiene una visión contundente es Arturo Alvarado (hijo). El joven de 28 años entiende que en un futuro no lejano, el establecimiento podría explotar su potencial turístico. “Por supuesto, nosotros conservamos la naturaleza acá. No permitimos cazar, no dejamos cortar los árboles; hacemos todo lo posible para que se mantenga como está. Acá hay venados, coatíes, también llegamos a ver carpinchos, nutrias, monos y pájaros en gran cantidad. Es una zona muy rica porque hay dos ríos en las cercanías...Y con la puesta en valor de la capilla, podría ser un atractivo turístico muy importante”. En la actualidad, la estancia Tupao Cué se dedica la ganadería. Eduardo Zaracho (padre) y Eduardo Zaracho (hijo) son los veterinarios encargados de atender las cuestiones productivas. “En este paradisíaco lugar se crían ganado vacuno de razas cebuinas y europeas con fines comerciales, además de equinos de montar para uso interno”, explican. Los profesionales hacen saber que también son responsables de un ambicioso programa de reforestación y protección de la fauna silvestre. “En pocos años, se piensa repoblar el lugar con ñandúes que hasta hace 30 años recorrían en total libertad por estos campos y hoy están desaparecidos”.    Trencito. Una pequeña locomotora a vapor de fabricación norteamericana, de 1904, es el tesoro de Arturo Alvarado Llanos. Cuenta él que la trajo del Uruguay, donde estaba abandonada en un campo de su suegro. “El trencito era de un inglés representante del Lloyds Seguros en Uruguay. Lo hacía funcionar desde el portón de entrada hasta su casa para su diversión. Y cuando mi suegro compró las tierras, estaba tirado, abandonado. Yo al final lo rescaté y lo restauré. Estamos preparándolo para que funcione acá. Solo nos falta juntar la cantidad necesaria de rieles. Va a tener uno o dos vagones donde ubicar pasajeros. Es una reliquia que va a funcionar acá, le vamos a hacer andar”. Atractiva obra. La estructura del oratorio cuenta con pilastras interiores con molduras, un altar de mampostería y una sacristía. A los costados tenía cuatro ventanas que se abrieron como puertas. Las cuatro columnas circulares que sostienen el frontis de estilo neoclásico italianizante fueron reconstruidas en 1987. Se restituyó el cielorraso de madera y se cerraron los boquetes hechos en las gruesas paredes por los “buscadores de tesoros”. Los depredadores destruyeron también los escalones de acceso. A ambos costados, cinco columnas sostienen los aleros que hacen de corredores laterales. En sustitución de las cuatro campanas de bronce de 80 kilos cada una, se puso una de 50 kilos. Una vez finalizada la reconstrucción, se colocarán reflectores de iluminación nocturna. Santo. Uno de los objetivos de Alvarado Llanos es restituir la imagen de San Carlos Borromeo al edificio sacro. Sabe que la escultura o talla original de madera que estaba en esta capilla fue a parar a San José de los Arroyos y que se encuentra guardada en la casa parroquial. “Es lo que me dijeron. Eventualmente yo mandaría tallar una copia por algún escultor para tenerlo acá. Pero vamos a ver hasta dónde llegamos, porque también todo depende de la parte económica”.  La estancia Tupao Cué se ubica en el distrito del Arroyos y Esteros. De la ruta que une Emboscada con Arroyos y Esteros se debe ingresar por un camino privado de la estancia Ypekua, de 13 km, con varios portones que abrir y cerrar.
FOTOS: ABC Color/Gustavo Báez