"Un puñado de Tierra" Herib Campos Cervera. Poeta paraguayo
El Dr. Luis Casabianca leyendo el poema de H. Campos Cervera, durante la II Audiencia Pública sobre El Exilio paraguayo en la Frontera Argentina, realizada en Posadas, Misiones, Argentina el pasado 19 de noviembre.
- Voy a leer un poema escrito por nuestro gran poeta Hérib Campos Cervera, que precisamente murió en el exilio, igual que muchos de nuestros artistas e intelectuales, como José Asunción Flores y otros. Refleja bien el sentimiento de los exiliados y dice así:
Un puñado de Tierra
Un puñado de tierra
de tu profunda latitud:
de tu nivel de soledad perenne,
de tu frente de greda
cargada de sollozos germinales.
Un puñado de tierra,
con el cariño simple de sus sales
y su desamparada dulzura de raíces.
Un puñado de tierra que lleve entre sus labios
la sonrisa y la sangre de tus muertos.
Un puñado de tierra
para arrimar a su encendido número
todo el frío que viene del tiempo de morir.
Y algún resto de sombra de tu lenta arboleda
para que me custodie los párpados de sueño.
Quise de ti tu noche de azahares,
quise tu meridiano caliente y forestal,
quise los alimentos minerales que pueblan
los duros litorales de tu cuerpo enterrado,
y quise la madera de tu pecho.
Eso quise de Ti
(Patria de mi alegría y de mi duelo);
Eso quise de Ti.
Ahora estoy de nuevo desnudo.
Desnudo y desolado sobre un acantilado de recuerdos;
perdido entre recodos de tinieblas.
Desnudo y desolado;
lejos del firme símbolo de tu sangre.
Lejos.
No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas,
ni el asedio nocturno de tus selvas.
Nada: ni tus días de guitarra y cuchillos,
ni la desmemoriada claridad de tu cielo.
Sólo como una piedra o como un grito
te nombro y, cuando busco
volver a la estatura de tu nombre,
sé que la piedra es piedra y que el agua del río
huye de tu abrumada cintura y que los pájaros
usan el alto amparo del árbol humillado
como un derrumbadero de su canto y sus alas.
Pero así, caminando, bajo nubes distintas;
sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,
de golpe, te recobro.
Por entre soledades invencibles,
o por ciegos caminos de música y trigales,
descubro que te extiendes largamente a mi lado,
con tu martirizada corona y con tu limpio
recuerdo de guaranias y naranjos.
Estás en mí: Caminas con mis pasos,
hablas por mi garganta, te yergues en mi cal
y mueres cuando muero cada noche.
Estás en mí con todas sus banderas,
con tus honestas manos labradoras
y tu pequeña luna irremediable.
Inevitablemente
-con la puntual constancia de las constelaciones-
vienen a mí presentes y telúricas,
tu cabellera torrencial de lluvias,
tu nostalgia marítima y tu inmensa
pesadumbre de llanuras sedientas.
Me habitas y te habito,
sumergido en tus llagas,
yo vigilo tu frente que muriendo amanece.
Estoy en paz contigo,
ni los cuervos ni el odio
me pueden cercenar de tu cintura,
yo sé que estoy llevando tu raíz y tu suma
sobre la cordillera de mis hombros.
Un puñado de tierra,
eso quise de ti y eso tengo de ti.
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